miércoles, 15 de mayo de 2013

La pasión inteligente de la palabra: Jaime García Terrés






Rogelio Cuéllar / Coordinación Nacional de Literatura-INBA

Jaime García Terrés ocupa un sitio único en las letras mexicanas. Sobrio y riguroso, la obra del poeta refleja el arduo trabajo de orfebrería en el lenguaje, pero no por eso la ausencia de los sentimientos del hombre, del viajero, del testigo de un mundo cuya belleza anida en lo cotidiano de los días.

Nació el 15 de mayo de 1924, lo que lo sitúa al lado de escritores como Jaime Sabines, Tomás Segovia y José Emilio Pacheco, de la generación conocida como del Medio Siglo.

El espíritu afanoso de Jaime García Terrés lo llevó a desempeñarse en muchos ámbitos de la cultura: como crítico literario, su esporádico paso en este terreno se vio reflejado en un riguroso estudio titulado Los infiernos del pensamiento, en el que aborda con maestría la poesía de Gilberto Owen; como traductor, vertió al español la voz de Giorgos Seferis, y con ello brindó a los lectores de nuestro idioma “el pensamiento y enseñanza del hombre que mejor ha encarnado, en los tiempos actuales, el espíritu de la Grecia eterna”. Además, fue un editor de primera línea al dirigir la Revista de la Universidad de México y también el Fondo de Cultura Económica.

Envío

Ah, palabras.
Linaje desesperado,
consumiéndose.
He aquí los restos.
Las cruces que dejó la batalla
en medio de los campos, rígidos ya,
al grave modo de una bandera abandonada.
Ahora
son las palabras.
El botín
fúnebre. Los lívidos
rasgos de la pluma.

Nada podemos. Ahora estamos solos.
Tú. Yo. Las cosas.
Y mis dedos
—pobres centinelas diseminados—
nos persiguen apenas,
a distancia.[1]

No obstante, y sobre todo, García Terrés fue un poeta de resuelta pasión por la palabra. Su obra lo demuestra por sí misma: los decididos pasos que dio en el apasionado cuidado del lenguaje conversacional, las imágenes templadas por la mirada del poeta viajero, y el suave acompasamiento musical en cada verso dan fe de la inteligencia con que labraba cada poema. Muestra de ello son los poemarios Las provincias del aireLos reinos combatientes y Corre la voz, compilados en el volumen Las manchas del sol. Poesía 1956-1987.

A manera de homenaje, Jaime García Terrés fue retratado con las palabras de dos grandes poetas que lo conocieron a su tiempo y supieron definirlo: Octavio Paz, que ya lo vislumbraba en el horizonte literario, dijo que “sus primeros poemas fueron notables por el rigor inteligente con que el poeta extirpaba la vegetación parásita del yo”, y José Emilio Pacheco: “La elocuencia de García Terrés se halla en razón directa de su sobriedad. En la perfecta alianza de sonido y sentido que se da en sus poemas, la destreza rítmica nunca aparece como algo exterior sino como el medio preciso de suscitar en quien lo lee la experiencia transmitida en los versos”.



[1] Jaime García Terrés, Las provincias del aire. Todo lo más por decir, México, Conaculta (Lecturas Mexicanas, Tercera Serie 60).

Aura y La muerte de Artemio Cruz: las múltiples voces de Carlos Fuentes




Rogelio Cuéllar / Coordinación Nacional de Literatura-INBA

Carlos Fuentes, escritor e intelectual mexicano, crítico de su tiempo, narrador incansable, innovador y autor de novelas ya clásicas de la literatura universal, nació el 11 de noviembre de 1928. Su vida como diplomático le permitió redescubrir la esencia del hombre y retratar con una mirada nueva a México y su tiempo. Su inicio en las letras lo hozo cobijado por Alfonso Reyes, a quien considerará uno de sus maestros. Novelas como La región más transparente, Cristóbal Nonato, Aura, La muerte de Artemio Cruz, Gringo Viejo y Terra Nostra, son las obras que le dieron un lugar en las letras universales por la profundidad de los temas, la destreza narrativa, la utilización de técnicas novedosas y el afán totalizante. Como diría julio Ortega: “Lo que fuentes hizo fue crear escenarios nuevos de libertad de la lectura”. En su faceta de ensayista, Fuentes es reconocido principalmente por Tiempo mexicano y La nueva novela hispanoamericana lo colocan como uno de los críticos más acervos en la definición del llamado Boom. 

Por esta labor intelectual y de escritura, Fuentes recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura de México, el Premio Rómulo Gallegos, el Premio Alfonso Reyes, el Premio Miguel de Cervantes, el Premio Menéndez Pelayo, la Legión de Honor de Francia, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, entre muchos otros. Creador y genio literario de su tiempo, Carlos Fuentes creyó en el poder de las palabras visionarias y rebeldes de los artistas: “el hombre, cada hombre, es capaz de definir su propio destino como un artista define, creándola, su propia obra”.

Falleció el 15 de mayo de 2012, después de una batalla por la palabra, la libertad y la creación literaria.

En el boletín Leer en Común, Víctor Manuel Banda nos relata la aventura de leer la obra de Carlos Fuentes a través de dos de las obras fundamentales: Aura y La muerte de Artemio Cruz.



De las apariciones del amor y el deseo

La mentira hermana de la imaginación: a cincuenta años de ser escritas Aura y La muerte de Artemio Cruz, encontramos en estas novelas fundamentales de la literatura mexicana la voz vigente de Carlos Fuentes, un escritor universal al que ahora podemos leer en todas nuestras Salas de Lectura.


Víctor Manuel Banda Monrroy

 Pones los ojos sobre la página. Te preguntas: ¿quién escribió el texto? ¿Será interesante? ¿Por qué le parecerá importante hablar de la novela Aura, de Carlos Fuentes? Te arrellanas en tu asiento. “Más le vale a este hombre que el artículo sea bueno y que no me haga perder el tiempo”, piensas al concederle una oportunidad a las líneas sobre las que posas tus ojos.

Te enteras ahora de que Carlos Fuentes escribió una novela en segunda persona, no en primera, como en otros libros; en lugar de decir “Pongo los ojos sobre esta página” o “Él puso los ojos sobre la página”, escribió algo semejante a: “Ahora pones los ojos sobre estas líneas”. Manera de contar que crea una sensación de extrañeza, como si se dirigiera a ti, como si te hablara al oído ya desde el comienzo: “Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más”.


La  voz  en  segunda  persona  te  envuelve y por momentos te da la impresión de que se ha vuelto tu propia voz, como si fueras a dejar la lectura y realizaras, hipnotizado, lo que el libro te ordena. Y si obedeces, iniciarás un viaje por la Ciudad de México, recorrerás vecindades ruinosas y calles del centro invadidas por vendedores ambulantes: “conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas”. En una parte de la ciudad semiabandonada, donde dominan edificios con una arquitectura entre barroca y gótica, transcurrirán los amores de Felipe Montero con Aura gracias al poder convocante de la viuda Consuelo, anciana bruja que se alimenta de la presencia de los vivos y del hálito de quienes se han ido. Encontrarás  en  Donceles  815  (¿existe  tal  número  en  esa calle?),  en  habitaciones  polvosas,  que  de  las sombras  emerge  la  mujer,  siempre  deseada,  tal vez eterna.

Seguirás a la coneja blanca que se refugia en la cama de la anciana y, sin darte cuenta, en lugar del animal aparecerá ella, la mujer anhelada, Aura, y creerás que todos los cuerpos, espacios y tiempos se concentran en ese solo cuerpo.

Tal vez Aura sea una historia de fantasmas, o una historia de amor a través de los tiempos y de todos los cuerpos, o quizá sea una historia de brujería y, a lo mejor —te lo digo de una vez— es todo junto. También es un experimento literario con narración en segunda persona, un viaje a través de los tiempos narrativos en el que lo contado en futuro se vuelve presente, y lo que se cuenta en presente naufraga en el pasado. Una voz envolvente que no te suelta hasta la última promesa de un retorno tal vez imposible: “Volverá [querido lector], la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré regresar”.

Tal vez encontrarás que en el fondo de la novela flota el conflicto de dos países, uno nuevo y uno viejo, que se fascinan y se rechazan el uno al otro. El fantasma eres tú mismo, te parecerá ser la lección central. La historia es el espejo en el que siempre apareceremos para recordar: “tu rostro antiguo, el que tuviste antes y habías olvidado”.

Si no tienes mucho tiempo, no te preocupes, la novela es breve, apropiada para leerse en una tarde, mientras vigilas que los muertos regresen a sus tumbas y no se queden demasiado tiempo por aquí; una breve obra maestra en la que el lenguaje de la pasión alcanza un extremo, un más allá de los cuerpos jóvenes o envejecidos, de los espacios, de la historia y de las barreras del propio lenguaje.
Cierra este boletín, abre el libro. Aura y la viuda Consuelo te esperan.

La creación del país en el que vives

¿Y si te dijera que existe otro libro en el que no sólo se utiliza una voz poco usual, sino que se narra con muchas otras voces? ¿Y que también es apasionante? Se trata de La muerte de Artemio Cruz.  Recordarás que hablé de las diferentes voces narrativas, y entenderás que en la novela de la que hablo ahora Carlos Fuentes utiliza las tres personas de los sujetos: yo, tú, él. Alguien cuenta desde esas distintas voces. En primera, segunda y tercera persona. Es un experimento audaz en el que cada voz aparecerá en un tiempo diferente: presente actual (yo), futuro (tú) y pasado (él). 

El juego de voces se vuelve más sorprendente cuando caes en la cuenta de que la segunda persona habla en realidad del pasado más íntimo del personaje, como si se relatara a sí mismo su propia vida y surgiera la verdad más profunda de ella. Las tres voces cuentan la historia del mismo personaje, Artemio Cruz, aquel que agoniza en el transcurso de la novela: “Yo no sé... no sé... si él soy yo... si tú fue él... si yo soy los tres... Tú... te traigo dentro de mí y vas a morir conmigo... Dios... Él... lo traje adentro y va a morir conmigo... los tres... que hablaron... Yo... lo traeré adentro y morirá conmigo... sólo....”



Un mosaico de voces, una narración desde distintos puntos de vista, desde distintos tiempos, que trata de encontrar las motivaciones del personaje y dar una visión completa de su vida. Vida que va de la juventud briosa que provocó cambios en la sociedad y en sí misma, a la decadencia física, la agonía, la necesidad de conservar el mundo tal como es.

Artemio Cruz peleó en la Revolución mexicana con esperanzas de cambio social, y terminó enriqueciéndose gracias a influencias y contactos que logró al traicionar sus ideales. Su decadencia física va al parejo con la de la revolución social que comenzó en su juventud. La riqueza que generó a su alrededor no esconde su estado de agonía, de decadencia. En su lenta muerte intenta recordar, entender, por qué ha llegado a este punto.

Comprenderás que las ideas no aparecen en la novela una tras otra, porque se da un ir y venir de tiempos, personajes, variación de miradas. Que se trata de una compleja red de tiempos y perspectivas que no aparecen de manera sucesiva, sino que dan saltos hacia adelante y hacia atrás.

Y comprenderás que todo se liga al país en el que vivimos. La muerte de Artemio Cruz puede hacernos entender lo que está ocurriendo ahora. Tal vez nos demos cuenta de que todavía, a pesar de todo, existen muchos Artemios en nuestro país.

Ya con ésta me despido

Estás a punto de soltar el boletín y correr a abrir las páginas nuevas de estos libros, para verificar si lo que te he dicho es cierto, o, tal vez, y eso sería mejor, para hacerte tus propias ideas de ellos, que podrían ser muy diferentes de las mías. Suerte en tu viaje.

Después de leerlos, quizá extrañarás a Carlos Fuentes en estos tiempos en que el porvenir se avizora inquietante y te parezca necesaria su lúcida presencia, pero recuerda que él no creía tanto en vida y muerte. Podemos preservar sus ideas si lo leemos, como en estas palabras de su autobiografía En esto creo: “No hay palabra que no sea portadora de una inminente resurrección. Cada palabra que decimos anuncia, simultáneamente, otra palabra que desconocemos porque la olvidamos y una palabra que desconocemos porque la deseamos. Lo mismo sucede con los cuerpos, que son materia. Toda materia contiene el aura de lo que antes fue y el aura de lo que será cuando desaparezca. Vivimos por eso una época que es la nuestra, pero somos espectro de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte.”

Dice el lugar común que la mejor manera de recordar a Carlos Fuentes es leyéndolo. Hagámoslo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Mauricio Magdaleno



Mauricio Magdaleno
Fotografía: Autor anónimo / Coordinación Nacional de Literatura-INBA
Mauricio Magdaleno fue escritor y periodista, y su faceta como guionista de cine. Nació el 13 de mayo de 1906 en Villa del Refugio  Zacatecas (hoy Tabasco). En 1934 publicó su primera novela titulada “Campo Celis”. Escribió alrededor de 52 guiones cinematográficos; además fue autor del guión de la película “El compadre Mendoza”, pieza cardinal de la cinematografía nacional, dirigida por Fernando de Fuentes. También, junto con Emilio “Indio” Fernández, Gabriel Figueroa y Dolores del Río, Pedro Armendáriz y María Félix, conformó un equipo que dio como resultado cintas clásicas para el cine como Flor Silvestre, María Candelaría, Bugambilia, Río escondido, Pueblerina, Salón México, películas estelares de la conocida “época de oro del cine nacional”.
La labor de Magdaleno es más reconocida en el campo de la cinematografía que en el de la literatura, sin embargo, junto a su amigo Juan Bustillo Oro, emprendió un proyecto teatral denominado Teatro de Ahora. Como guionista destacó no sólo por las personalidades junto a las que trabajó, sino también por transmitir sus impresiones sobre lo mexicano, que ayudó a crear un imaginario social y cultural de México. Las historias, los personajes, el ambiente, el uso del lenguaje contribuyeron en la construcción de personajes trascendentales del cine nacional como lo es “La Doña”, interpretada por María Félix.
Por su notable labro de narrador, ensayista de pluma fina y guionista de vanguardia, en 1981 obtuvo el Premio Nacional de Letras, Ciencias y Artes y fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Falleció en Ciudad de México el 30 de junio de 1986.

Jaime Torres Bodet


Jaime Torres Bodet


Autor anónimo / Coordinación Nacional de Literatura-INBA

Jaime Torres Bodet fue ensayista, poeta, funcionario público y diplomático. Nació en la ciudad de México el 17 de abril de 1902. Ocupó el cargo de director general de la Unesco de 1948 a 1952. Con el gobierno de Adolfo López Mateos, dirige la SEP, periodo en el que instituye el libro de texto gratuito para la educación primaria y manda construir los museos de Antropología y de arte Moderno.
Torres Bodet mantuvo una intensa creación literaria en las revistas Falange y Contemporáneos. Su obra comprende poesía, ensayos, estudios literarios, novelas y relatos. De su poesía, Carlos Monsiváis dirá que es “una poesía de insólita limpieza, cuyo dominio de la técnica (y por ende, cuyo entendimiento e interpretación de los clásicos) permite que se manifieste en una literatura que intenta, a través de la aprehensión de los datos sensibles, detener el tiempo, o al menos interpretar su fluir”, y Octavio Paz señalará que “retuvo una sensibilidad mesurada que la animaba, meditabunda a ratos y en otros moralizante. Sin embargo, durante algunos años coincide con las tendencias que, a falta de palabra mejor, llamamos renovadoras”. A Torres Bodet se le debe el nombre bajo el cual se conoce a los que conformaron el grupo de Contemporáneos, ya que escribió un libro con el mismo nombre en el que abordaba la obra de Villaurrutia, Novo, Cuesta y Gorostiza. En 1966 recibió el Premio Nacional de Letras, y fue reconocido con Doctorados Honoris Causa en universidades de México y del extranjero. Después de una trayectoria amplia en la literatura y de una carrera profesional, murió en la ciudad de México el 13 de mayo de 1974. 


Heriberto Frías



Heriberto Frías


Envuelta en una de las épocas más agitadas de la historia de México, la vida de Heriberto Frías, escritor y periodista nacido en Querétaro el 13 de mayo de 1870, sucedió entre acontecimientos que lo condujeron por la vía literaria y periodística a manifestar sus ideas políticas y de desacuerdo con el régimen de Porfirio Díaz. Escribió bajo la influencia de autores franceses, así como de Benito Pérez Galdós y Tolstoi, por lo que su obra es de un realismo fijo en la mirada del testimonio histórico y de la voz fiel de los personajes que retrata. Tomóchic es su novela más reconocida por la destreza del lenguaje, el fino retrato de los acontecimientos y el drama en que se desarrolla.

Tomóchic fue publicada en 1893, luego de que Frías escribiera una crónica de la batalla entre el ejército y los tomchitecos de la sierra de Chihuahua, en la que participó cuando aún formaba parte de las filas castrenses. Es por ello que el protagonista da testimonio de las vivencias de la contienda, de la rudeza del campo y de las hostilidades que la batalla y el lugar provocan en los encuentros. Esta aspereza de la realidad es manejada por Frías con un estilo narrativo fiel al estilo periodístico del que proviene, pero no sin retratar la jerga coloquial y los esfuerzos retóricos que emplea en el habla de los personajes. Los cuadros de violencia, la dureza del ambiente y el fiel registro de los pobladores hacen de Tomóchic una novela que se adelanta un poco a la novela de la Revolución y a la destrucción que la guerra acarrea. Visto desde los ojos del protagonista, el autor queretano consigue verter el idealismo romántico del siglo XIX para presentarlo como una esperanza fallida. Sin duda, Tomóchic es una novela que se vuelve necesario releer a la luz de la tradición narrativa mexicana, pues en ella se vislumbran los escenarios en que los personajes de Yáñez y Rulfo sobreviven o mueren sobre la tierra mexicana.